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14 de junio, 2025

Los gremios

Rosario Navarro Presidenta de SOFOFA

EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE, DONDE LAS TRANSFORMACIONES SON PROFUNDAS Y VELOCES, los gre­mios empre­sa­ria­les tie­nen la opor­tu­ni­dad de vol­ver a ocu­par un lugar esen­cial. No como espa­cios de defensa cor­po­ra­tiva sin capa­ci­dad -ni inte­rés- en evo­lu­cio­nar, sino como ver­da­de­ros rega­zos –en su eti­mo­lo­gía más anti­gua–: luga­res que aco­gen, que dan sen­tido de per­te­nen­cia y, al mismo tiempo, per­mi­ten pen­sar colec­ti­va­mente el por­ve­nir.

La pala­bra gre­mio pro­viene del latín gre­mium, que sig­ni­fica “regazo”. Es una ima­gen pode­rosa. Nos habla de un espa­cio que reúne y res­guarda, pero tam­bién de un punto de apoyo desde donde los acto­res eco­nó­mi­cos pue­den pararse para mirar más lejos. No hay futuro sin per­te­nen­cia. No hay pro­greso posi­ble sin comu­ni­da­des capa­ces de sos­te­nerse en valo­res com­par­ti­dos y en un pro­pó­sito común.

Por eso, los gre­mios que nece­si­ta­mos hoy no son aque­llos que se encie­rran en sí mis­mos, sino los que se abren con gene­ro­si­dad a la con­ver­sa­ción pública. Que se atre­ven a asu­mir el desa­fío de evo­lu­cio­nar, sin renun­ciar a su iden­ti­dad. Que entien­den que la cola­bo­ra­ción entre empre­sas no es una ame­naza, sino una opor­tu­ni­dad para cons­truir valor social, a tra­vés de un mejor entorno eco­nó­mico, social y cul­tu­ral.

He tenido el pri­vi­le­gio de par­ti­ci­par en estos espa­cios, y creo que su poten­cia está en una dua­li­dad muy par­ti­cu­lar: los gre­mios son puen­tes, pero tam­bién son fron­te­ras. Puen­tes que conec­tan a empre­sas con su entorno, con la ciu­da­da­nía, con otras voces dis­tin­tas y nece­sa­rias. Fron­te­ras deli­be­ra­das colec­ti­va­mente, que deli­mi­tan con cla­ri­dad lo que ya no pode­mos tole­rar: la des­co­ne­xión entre cre­ci­miento y medioam­biente, la corrup­ción en todas sus for­mas y la des­con­fianza ins­ta­lada en la socie­dad rebe­lán­do­nos, asi­mismo, frente a la irre­le­van­cia que tuvo en la dis­cu­sión pública el cre­ci­miento eco­nó­mico como fuente de bie­nes­tar social.

Los gre­mios son tam­bién espa­cios de ciu­da­da­nía cor­po­ra­tiva. Luga­res donde apren­de­mos que com­pe­tir no es des­truir, sino supe­rarse con reglas cla­ras. Donde enten­de­mos que detrás de cada deci­sión empre­sa­rial hay impac­tos que tras­cien­den los resul­ta­dos tri­mes­tra­les. Donde se for­jan lide­raz­gos que no solo bus­can resul­ta­dos, sino sen­tido.

Esa es, qui­zás, una de las tareas más urgen­tes: cons­truir una cul­tura empre­sa­rial cada vez más cons­ciente de su rol como agente de trans­for­ma­ción eco­nó­mica y social. Que no vea la sos­te­ni­bi­li­dad como una moda, sino como una res­pon­sa­bi­li­dad inter­ge­ne­ra­cio­nal. Que entienda que inno­var no es solo incor­po­rar tec­no­lo­gía, sino tam­bién reno­var la forma en que nos rela­cio­na­mos con nues­tros cola­bo­ra­do­res, nues­tras comu­ni­da­des y nues­tro país.

Por­que si el gre­mio es regazo, enton­ces es tam­bién res­pon­sa­bi­li­dad. Es donde se incu­ban deci­sio­nes que mode­lan el país que sere­mos. Sin des­cui­dar nues­tro legí­timo rol en repre­sen­tar y pro­mo­ver bue­nas polí­ti­cas públi­cas, tam­bién bus­ca­mos poner­nos al ser­vi­cio de un bien mayor, con coraje, con escu­cha, con sen­tido.

Hoy más que nunca, nece­si­ta­mos gre­mios que miren lejos y cami­nen cerca. Que escu­chen la urgen­cia del ahora, pero res­pon­dan con la tem­planza de quien piensa en los que ven­drán. Que aco­jan, sí, pero que tam­bién impul­sen. Que unan, pero que no teman decir lo que duele.

El futuro no se decreta: se cons­truye. Y los gre­mios pue­den –y deben– ser parte activa de esa cons­truc­ción. No como una élite sepa­rada, sino como una comu­ni­dad que se reco­noce diversa, com­pro­me­tida y dis­puesta a tra­ba­jar por un Chile pujante, inclu­sivo y más prós­pero para todos.

Columna publicada en Revista D