Rosario Navarro Presidenta de SOFOFA
EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE, DONDE LAS TRANSFORMACIONES SON PROFUNDAS Y VELOCES, los gremios empresariales tienen la oportunidad de volver a ocupar un lugar esencial. No como espacios de defensa corporativa sin capacidad -ni interés- en evolucionar, sino como verdaderos regazos –en su etimología más antigua–: lugares que acogen, que dan sentido de pertenencia y, al mismo tiempo, permiten pensar colectivamente el porvenir.
La palabra gremio proviene del latín gremium, que significa “regazo”. Es una imagen poderosa. Nos habla de un espacio que reúne y resguarda, pero también de un punto de apoyo desde donde los actores económicos pueden pararse para mirar más lejos. No hay futuro sin pertenencia. No hay progreso posible sin comunidades capaces de sostenerse en valores compartidos y en un propósito común.
Por eso, los gremios que necesitamos hoy no son aquellos que se encierran en sí mismos, sino los que se abren con generosidad a la conversación pública. Que se atreven a asumir el desafío de evolucionar, sin renunciar a su identidad. Que entienden que la colaboración entre empresas no es una amenaza, sino una oportunidad para construir valor social, a través de un mejor entorno económico, social y cultural.
He tenido el privilegio de participar en estos espacios, y creo que su potencia está en una dualidad muy particular: los gremios son puentes, pero también son fronteras. Puentes que conectan a empresas con su entorno, con la ciudadanía, con otras voces distintas y necesarias. Fronteras deliberadas colectivamente, que delimitan con claridad lo que ya no podemos tolerar: la desconexión entre crecimiento y medioambiente, la corrupción en todas sus formas y la desconfianza instalada en la sociedad rebelándonos, asimismo, frente a la irrelevancia que tuvo en la discusión pública el crecimiento económico como fuente de bienestar social.
Los gremios son también espacios de ciudadanía corporativa. Lugares donde aprendemos que competir no es destruir, sino superarse con reglas claras. Donde entendemos que detrás de cada decisión empresarial hay impactos que trascienden los resultados trimestrales. Donde se forjan liderazgos que no solo buscan resultados, sino sentido.
Esa es, quizás, una de las tareas más urgentes: construir una cultura empresarial cada vez más consciente de su rol como agente de transformación económica y social. Que no vea la sostenibilidad como una moda, sino como una responsabilidad intergeneracional. Que entienda que innovar no es solo incorporar tecnología, sino también renovar la forma en que nos relacionamos con nuestros colaboradores, nuestras comunidades y nuestro país.
Porque si el gremio es regazo, entonces es también responsabilidad. Es donde se incuban decisiones que modelan el país que seremos. Sin descuidar nuestro legítimo rol en representar y promover buenas políticas públicas, también buscamos ponernos al servicio de un bien mayor, con coraje, con escucha, con sentido.
Hoy más que nunca, necesitamos gremios que miren lejos y caminen cerca. Que escuchen la urgencia del ahora, pero respondan con la templanza de quien piensa en los que vendrán. Que acojan, sí, pero que también impulsen. Que unan, pero que no teman decir lo que duele.
El futuro no se decreta: se construye. Y los gremios pueden –y deben– ser parte activa de esa construcción. No como una élite separada, sino como una comunidad que se reconoce diversa, comprometida y dispuesta a trabajar por un Chile pujante, inclusivo y más próspero para todos.
Columna publicada en Revista D